La razón de la sinrazón de los ficheros de morosidad
Imaginemos que «Trolafón» decide con gallardía torera y una buena dosis de sinvergonzonería, sacarse de debajo de su manga, cual tahúr del lejano Oeste, una factura de 150 euros por un concepto similar al que le sale a ellos de donde la espalda pierde su casto nombre. Pasados tres meses del intento frustrado de robo y por tanto de haber devuelto esta factura en el banco Trolafón, que compite en dureza de su cara con el hormigón recién fraguado, toma la iniciativa de introducir nuestros datos personales en el fichero de morosos.
Llegados a este punto tenemos dos opciones: podemos coronar nuestras cabezas con un orinal y pica en ristre lanzarnos sin temor contra nuestro enemigo. O rendir la plaza y entregando armas, soltar la tela y rezar para que «Trolafón» se apiade y decida sacarnos del fichero. Porque en mitad de esta batalla nos han denegado ya renovar el seguro del coche, financiar un sofá y darnos de alta la luz en nuestro nuevo piso en Villamtepuja del Cañete.
Rendidos y desarmados ante el enemigo y con el bolsillo con un agujero de los que escuece. Volvemos al banco confiados para pedir un préstamo y poder terminar el mes. El interventor levantando los ojos por encima de sus gafas y chasqueando su lengua espeta: “Pues no le puedo conceder el anticipo porque está usted en el fichero”. “Pero si ya he pagado la supuesta deuda”, respondes encolerizado. Y da igual los santos que bajes del cielo que esa anotación permanecerá ahí perenne como la pirámide de Giza.
Con la carrerilla de mala leche obtenida en el banco, tomamos nuestro teléfono y llamamos a nuestra querida compañía telefónica, saludando a todos los familiares del pobre gestor que te atiende desde Perú y que no tiene ni idea de qué le cuentas, pero quiere que le califiques con una buena nota en el cuestionario de satisfacción. Con lo que te confirma que tu problema está ya solucionado gracias a él. Y claro que sí, el problema está solucionado, el gestor ha conseguido que le dejes en paz, al menos un rato. En cuanto al tema de los ficheros, está igual de solucionado que el calentamiento global. Más bien regular.
Es así como comienza la andadura. Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del marronáceo horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don (póngase aquí el nombre que usted bien guste), dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso teléfono móvil y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de los ficheros de morosidad.[1]
Desenvainamos nuestro celular con la punta señalando al cielo y con la ira de mil volcanes escupiendo magma. Pero nuestras envestidas de furia son rápidamente lidiadas con muletazos de indiferencia por parte de todos los estamentos a los que se nos ocurra llamar. Estamos en los ficheros y a veces esto parece más un estado que una situación.
Los ficheros de morosidad vienen requiriendo desde hace algún tiempo de una regulación más potente con un organismo público que regle con mayor celo todas estas disquisitudes que se encuentran en este momento en manos únicamente de un organismo como la Agencia Estatal de Protección de Datos, que incluso aunque no fuese un chiringuito donde van morir los viejos elefantes de la política, sería mucho menos que suficiente para hacerse cargo de una problemática tan concreta y que afecta a más de cuatro millones de españoles.
[1] Referencia Parcial: CERVANTES SAAVEDRA, M. D. (1953). EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA (1a. ed.). ZARAGOZA: LUIS VIVES.
Artículo de opinión